Los Diamantes: obsesión de civilizaciones

Las piedras preciosas han sido, desde hace milenios, una de las obsesiones de las civilizaciones. Sin duda, el mineral más codiciado ha sido y sigue siendo, el Diamante.

Este materia, cuyo nombre significa en griego “Inalterable”, posee características que lo posicionan como la piedra preciosa más cara del mundo. Específicamente, es el segundo material más duro de nuestro planeta, siendo sólo superado por la lonsdaleíta. Asimismo, su estructura cristalina y rígida, lo posiciona como uno de los elementos naturales más puros, pues no puede ser contaminado por otras sustancias. Así, su apariencia física es transparente y brillante.

Sin embargo, algunos diamantes poseen algunos defectos, que los tornan aún más bellos, dado que son piezas únicas en el mundo. Es el caso de piedras de color amarillo, marrón, violeta, azúl, rosa, y rojo intenso.

Se cree que estas maravillosas piedras fueron descubiertas en la India, hace aproximadamente 3000 años. Rápidamente se volvieron, un símbolo religioso en esta zona: se creía que brindaban valentía, fuerza y astucia a los guerreros que iban a la batalla. Con el pasar de los años, los Diamantes fueron conocidos en el resto del mundo. Llegaron a Europa gracias a los viajes de Alejandro Magno, en el siglo III después de Cristo. Desde allí, se transformaron en la joya preferida de los monarcas europeos.

Si bien cada una de estas piedras, es única y maravillosa, hay algunos ejemplares que se destacan del resto. Es el caso del Diamante “Cullinan”, también conocido por el nombre “Estrella del Sur”.
Este Diamante bruto poseía más de 3000 kilates, es decir que tenía un peso de 650 gramos. Ocupa así, el lugar del más grande de la historia. Fue descubierto en una mina sudafricana en el año 1905. Luego, fue regalado al Rey Eduardo VIII, y su precio en ese momento fue 150.000 Libras.
Con posterioridad, el monarca ordenó que el Diamante fuera dividido en 150 piedras más pequeñas. Las dos piezas de mayor tamaño, (bautizados, Cullinan I y Cullinan II) siguen formando parte de las joyas de la corona inglesa. Específicamente, están incrustadas en la corona y en el cetro real.
Actualmente, se encuentran en el Museo “Torre de Londres”, de Inglaterra, donde se puede conocer estas extraordinarias joyas.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *